viernes, 13 de agosto de 2010

EL PRIMER NUDO



Cada mundo y su cosmovisión, ha de encontrar la forma de hacer perdurar lo más valioso para los mundos venideros.
Dicen que los guardianes de cada mundo, no sólo amparan a sus seres, sino que también
estudian los caminos para garantizar que trascienda la esencia de los universos bajo su cuidado. Ni siquiera a ellos les es dado conocer el fin de cada era, o sus circunstancias, pero sí les es asignada la responsabilidad de la preservación.
Hubo una vez un mundo llamado Wenamapu. Este mundo existió durante milenios, pero
hace tantos, tantísimos días, que la línea de tiempo que llevaría hasta él se desdibuja en los recuerdos de quienes han transmitido su historia. Tierras y tiempos lejanos, cuyas leyendas nos han llegado bordadas del lado del revés del tiempo.
Wenamapu, que en lenguas antiguas significa tierra de arriba, era un mundo entero y
redondo, en el que muchas de las cosas que hoy están separadas, estaban aún unidas.
Los continentes no estaban separados por tantos océanos Ni los seres por tantos lenguajes, ni la tierra estaba separada de los hombres.
Los animales no temían al hombre, y el hombre no estaba separado de su propia alma.
Tanta fue la belleza de ese mundo, tan poderosamente quedó plasmada en los seres que lo habitaron que aún hoy, milenios más tarde, los narradores no se cansan de re-crear este mundo antiguo. Cada uno toma lo que le parece más relevante de aquellos valores primigenios, lo que le parece quizás más urgente de comunicar en esta era de divisiones. Y así van surgiendo numerosas versiones de ese mundo original, como si hubieran sido muchos mundos posibles. Pero las leyendas en las que se basan son siempre las mismas. A lo largo y a lo ancho de nuestro mundo de hoy, que aún es
redondo, atravesando los océanos y los tiempos, sobreviviendo a las conquistas y
adentrándose en las grandes preguntas, las leyendas de aquel antiguo mundo sobreviven de alma en alma, de poeta en poeta, de cantor en cantor, de mago en
mago. Como si estuvieran entretejidas a través del tiempo.
En aquel mundo, las almas de los seres no eran diferentes de las almas que hoy
tenemos los seres de nuestro mundo. Pero cada uno de ellos era consciente del trozo de Vida, del pedazo de milagro que cargaba consigo. Y aún nadie había imaginado las terribles, impersonales e inimputables entelequias que en el mundo nuestro creemos que son responsables de las cosas pasadas, presentes y por venir. En aquél mundo, cada ser era un alma y entre todos conformaban una Vida y un Mundo, considerándose parte de un todo, de un Alma Superior, y por eso es que se llamaba la tierra de arriba.
Porque cada ser llevaba consigo ese trocito de divinidad, que no era omnisciente ni
omnipotente ni omninada, sino que así como dios pequeñito que era, amparaba a sus
hermanos. Y sus hermanos eran todos los seres vivos, sin importar las diferencias entre ellos, porque la vida siempre se ha manifestado estallando en formas, colores, y combinaciones diversas.
En ese mundo había seres especiales cuyas hazañas sobreviven hasta nuestros días.
Además de los unicornios, que todos sabemos cómo eran, habitaron en lo que hoy es
Oceanía, los lulus. Sus colas llenas de luz, divisadas desde la distancia, eran señal
inequívoca de que habría noche de juegos, fogón y danzas nocturnas. Cuando llegó la era de la Oscuridad, que cada narrador cuenta a su manera, ellos se refugiaron en una isla la Isla de los Lulus. Algunos historiadores concuerdan en ubicarla donde hoy está la Isla de Pascua. Sólo sabemos que se extinguieron en los días de sombra, y que de sus colas escaparon las luciérnagas que aún podemos ver en las noches lejos de las grandes ciudades.
También estaban las sheks, o serpiente aladas. La criatura más sabia de ese mundo, y la más astuta. Varios autores insisten en que no se han extinguido, sino que aún existen en nuestro mundo unos cuantos ejemplares desperdigados. Afirman que aún mantienen su puesto de guardianas en la lejana Patagonia argentina, y que fueron ellas quienes por años estuvieron llamando a los templarios. Que otras se encuentran ocultas y bien protegidas de los cazadores de ilusiones, en los mágicos cenotes. Y que todas ellas se comunican a través de los ríos subterráneos y mantienen aún sonando, el llamado.
Habían también dragones, la criatura ciertamente más noble y maravillosa que cuidara
aquél mundo. No eran muchos y de éstos nadie pone en duda su extinción. De la evocación que de ellos se hace, hasta se ha extinguido la nobleza. Nuestra era los recreó sin aquellos atributos mágicos y poderosos, y quiso inventar héroes que los "vencieran". Nada de esto es verdad. Lo cierto es que ni el calor de los lulus ni la astucia y el cuchicheo de las sheks sirvieron cuando llegaron las sombras y las manchas a arrasarlo todo.
Y fueron los dragones que por sus dimensiones y su fuerza tuvieron la triste misión de defender aquel mundo. Y si bien es cierto que no tuvieron éxito, pelearon y protegieron hasta quedarse mudos de fuego. Por eso es que luego de años de resistencia, sus ojos se tornaron verde pálido, por la tristeza y la ira contenidas. Y por eso y nada más que por eso es que su caricatura se transmitió con esas características hasta nuestros días.
Había muchos otros seres de formas y colores que hoy sólo encontramos en las
profundidades de los océanos que separan y a la vez unen los pedazos de continente que quedaron de aquel mundo. Y en realidad, cada ser podía transformarse en cualquier otro, si tenía la paciencia y dedicación suficientes. Y esto no era para nada complicado, porque todos los seres compartían el mismo lenguaje. Ya fuera con palabras, gestos, señales, o danzas. El día de hoy utilizamos la palabra telepatía para describir este fenómeno, porque en nuestro mundo creemos que la única forma de transmitir ideas es con palabras. En Wenamapu esto no era así. Bastaba con la empatía. Por este motivo no es extraño que Choñoiwe Kuzé, el Fuego Viejo, viera llorando a Kizu junto al fogón y llamara a Lalén Kuzé, la Vieja Araña para que la ayudara.
Esta Vieja Araña, Lalén Kuzé, fue la que enseñó a la primera tejedora de nuestra era.Y así fue como se ató el primer nudo entre aquel mundo y el nuestro, la primera hebra del revés hacia el derecho del tiempo. Lalén Kuzé sólo cumplió lo escrito en los códices sagrados. La primera regla de la transmutación: transmitir a los hombres el arte sagrado.
Así, en muchas noches seguidas de muchas madrugadas, fue como se ató el primer nudo
entre aquel mundo y el nuestro, la primera hebra del revés hacia el derecho del tiempo. Las lágrimas de Kizu quedaron para siempre en la urdimbre, como símbolo inequívoco de que también el tejido era una forma de transmutar, para ella, su dolor en su obra.
Dos eras completas había durado aquel mundo y hasta nosotros sólo llegaron sus leyendas.
Como habían sido rescatadas desde el otro lado del tiempo, hubo una gran confusión
durante la operación de salvataje. Tanto fue así, que es por este motivo, y ningún otro, que hay mundos que soñamos y se parecen. Y por lo mismo es que los narradores describen diferentes mundos, pero las leyendas son las mismas.
En idioma antiguo, la leyenda de la primera tejedora, está formada por estas palabras:

"Eypigekey, Kushe Ñuke ta ayükefi llalliñ, Kizu ta gürekayüm tañi ruka mew kiñeke llalliñ azkazinekeyew azkintunietew wente kam txaf ruka mew.
Eypigekey, Füsha Chaw ñi makuñ zewmagi pu llalliñ füwchi füw mew, meshafiñ elugerkey ta kushe ñuke gürekayam petu ñi akunon wütxe antü. Lig füw llalliñ mew ñimiñüfi chi pu wagkülen tañi füta ñi makuñ mew.

Fey mew lle kizu wüzamkefi chi pu ñimiñ choyümekelu güren mew fey chi pu llalliñ wall
femekeygün chum peyenefiel mapu egün.
Itxo ñüwalelu egün güren azüm mew, kushe ñuke eypirkeyew izafilmün püchuke chegen,
tañi pu yall, yomelelafimün güren günen. Fey pu llalliñ wenu ruka püle narkeygün nüwal ta logko mew kam püchüke zomo ñi kürpu mew.
Welu müli kiñeke, kiñeke müten, wüñowitxawkenolu wentxu ñi witxayemen mew fey
anüpuy ñi pu ligke namun ta yafü ka txawa lipag mew."

La leyenda de la tejedora nos explica precisamente eso, que estamos tejidos a través del tiempo, y que somos parte aún hoy, desde el otro lado del tiempo, de algo más grande. Y que en esa gran trama, nuestra pequeña hebra es tan importante como el tejido mismo.
Algunas leyendas han sobrevivido para explicar, otras para ayudar en los momentos de
cambio. Son muchas hebras, y muchas las personas que escuchan el llamado.
La transmisión del arte de esa magia había sido predicha y escrita en los códices sagrados.
Los nobles dragones, previendo el sino de los tiempos que vendrían, habían predicho: "En las eras por venir, sólo quedarán las palabras para comunicarse. Es preciso hacer un primer nudo, una unión entre el pasado y el futuro. Deberemos enseñar el arte de armar tramas".
Nadie sabe hoy dónde habitan los dragones. Sí sabemos que han conservado la capacidad
de detectar las puertas entre los mundos. Por eso hoy, siguen siendo los únicos y grandes transmutadores. Los veamos o no, aparecen en los umbrales, acuden aún sin ser invocados, cada vez que es necesaria una gran transformación. Porque ellos tienen los secretos del traspasar de un mundo al otro. Han sobrevivido a tantos, porque conocen los recorridos entre unos y otros, como un laberinto atemporal de curvas de moebius. Entre las gentes de nuestro mundo, de vez en cuando, algún Mago Brujo ha logrado aprender los signos y hacer algunos viajes. Otros, han dedicado su vida al peregrinaje, con el único objetivo de hallar alguna de las puertas.
En nuestro mundo de hoy de vez en cuando aparecen personas que escuchan el llamado.
Hoy no sucede que tengan poderes telepáticos ni habilidades especiales. Ya sea que su
pasado místico pudiera remontarse a un lulu, o a las sabias sheks o a alguno de los heroicos dragones que guardaron los códigos de la transmutación, no parecen saberlo y mucho menos alardean de ello.
Pasan desapercibidos, aparentemente para protegerse de los cazadores de ilusiones. Pero si cualquiera de nosotros, tiene la suerte de encontrarse con una persona así, difícilmente pueda dismular el descrubrimiento.
Porque tarde o temprano, uno se da cuenta de que aunque casi imperceptibles, sí tienen poderes específicos: son capaces de escuchar el llamado de la tierra. El llamado de sus hermanos. Pueden ver el valor de la vida, más allá de los significados que nuestra era les fue agregando. Hay quienes piensan que es gente rara, porque para estas personas las "cosas" no son caras o baratas, útiles, productivas, rendidoras o para ahorrar tiempo. Es gente que puede amar un tomate por el milagro de un tomate en sus manos y soñar con tener una huerta sin un objetivo ulterior más que el de verlos vivir y crecer y ser felices con ello.
Puede que sean grandes alpinistas, o sacerdotes, o sacrificados maestros de escuelas en lugares ignotos. O puede que hayan dedicado su vida a salvar una especie, o tan solo una sola mascota. O puede que nada que ver. Que ninguna de esas cosas.



Lo que es seguro es que van paso a paso amando la trama, instando al presente para que éste tome vuelo, extendiendo el "nosotros", caminando cuentos, hilando historias,amasando buenos amores.

autora: Maru Armijo (Buenos Aires - Argentina)
imagenes: Dámaso Armijo (Santiago - Chile)


Referencias:
Otros cuentos de la misma autora (Amudsai y las tejedoras del tiempo, El Dragón de porcelana).
Otros relatos de ciencia ficción: La saga de los confines (Liliana Bodoc), Memorias de Idhún (Laura Gallego).
Yerma, F. García Lorca.
Vocablos mapudungún y leyendas mapuches.
Copyright (c) 2010 Marumaar - Ilustraciones de (c) Dámaso Armijo - Todos los derechos reservados.

1 comentario:

  1. Hermoso, gracias Maru, por esta historia y estas primeras vueltas, desde España, estoy con vosotras en este proyecto. BESOS Y ABRAZOS LUNATICOS

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